La cultura de tomar decisiones

Tomar decisiones, se aprende o se estimula a las personas del equipo para que lo hagan, en el marco de nuestra cultura organizacional. Es el apalancador de ampliar el alcance y objetivos de la organización, sin estar consumidos por ellas.

Con frecuencia, cuando escucho a las personas criticar a sus líderes, mencionan que no toman decisiones, o que lo hacen de manera tardía, impositiva o poco clara. Esa falta de determinación suele ser el reflejo de algo más profundo: no aprendimos a decidir.

Por eso, construir en nuestros equipos la capacidad de toma de decisiones es vital desde el momento en que cada persona inicia su trabajo con nosotros. Así, cuando llegue el momento de designar a alguien como líder, no caeremos en el famoso síndrome de perder un buen talento y quedarnos sin el líder que estamos buscando.

Decidir también se aprende

En general, no crecimos con una mente entrenada para decidir. Es nuestra responsabilidad como líderes cultivar esa habilidad desde el primer día, especialmente en quienes muestran proyección de liderazgo.

Menciono esto, porque también puede haber en nuestro equipo personas que disfrutan su rol operativo y no buscan mayores retos, y está bien. Pero quienes desean crecer y convertirse en referentes, deben ser retados a decidir, incluso en asuntos pequeños de su rol desarrollando así, criterios que podrán aplicar más adelante.

Autonomía, criterio y responsabilidad

Cuando hacemos sentir a las personas responsables de las decisiones que corresponden a sus funciones, ellas comienzan a hacerse nuevas preguntas:

  • ¿Qué impacto tiene esta decisión en la estrategia y cultura de la organización?
  • ¿Cómo afecta al equipo y a las personas involucradas, incluida mi proyección profesional?
  • ¿Qué consecuencias económicas puede traer para mi área o la compañía?

Despertando esta conciencia, fomentamos tres sensibilidades esenciales: estratégica, humana y económica.

  • Estratégica, en cuanto a que realmente estén involucrados con la visión y cultura de la compañía;
  • Humana en cuanto vayan integrando a su saber que es mejor trabajar en equipo que solos y aprendan a valorar el conocimiento, experiencia y aportes de otros y 
  • Económica en cuanto estén sensibilizados alrededor de los costos y rentabilidad que sus áreas persiguen 

Y nuestro propio liderazgo consiste en acompañar este aprendizaje con presencia, conversación y coherencia.

Construir confianza sin ser paternalistas

Formar criterio no significa estar al lado de cada persona controlando sus pasos y ayudándoles activamente a cumplir con sus labores, sacrificando el tiempo que debemos invertir en asumir nuestro propio rol y en liderar a otros individuos. Significa conocer bien a las personas, ofrecerles herramientas y confiar en que, con autonomía, tomarán decisiones acertadas.

Cuando no se cultiva esa confianza, las decisiones se dilatan, se toman por suposición o peor, suceden las cosas bajo criterios y decisiones de otros, seguramente más ajenos a nuestro proceso y resultados que nosotros. El costo suele ser alto: tiempo perdido, reprocesos, frustraciones y dinero.

Una cultura sólida, decide y progresa

Una organización madura es aquella en la que cada persona sabe qué esperar de su compañero y cómo responder a las situaciones desde su propio rol. Esa claridad fortalece el sentido de propósito colectivo y amplía la capacidad de liderazgo más allá de los cargos.

Porque cuando cada decisión refleja el propósito común, el liderazgo deja de depender de una persona y se convierte en una práctica compartida.

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