Cuando tengo presentación de baile, se involucra el escenógrafo. Nuestra obra se hace mucho más atractiva, cuando hay algo de dramaturgia dentro del baile. Según el mensaje que queremos transmitir, él selecciona al azar algunas bailarinas que pueden interpretar a la dama cortejada, la frustrada, la que se muere o la que encuentra la felicidad. Él tiene un reto con nosotras: todas somos profesionales en distintas disciplinas, que habitualmente queremos controlar lo controlable y lo incontrolable con parámetros, métricas, esquemas y “deber-seres”.
Él nos saca de nuestro libreto habitual de vida para que seamos capaces de transmitir la emoción “descuadriculada”, la que debiera ser espontánea pero no es, porque la ensayamos miles de veces antes de salir al escenario.
Y es entonces, cuando -durante el ensayo- nos llama a hacer el ridículo y nos dice con toda su energía “lo vamos a hacer sin limitaciones”. Y ahí me veo yo: cayéndome, haciendo muecas, retorciéndome para hacerme creíble en una escena de felicidad o de horror y viendo cómo fui más allá de lo imaginado.
¿Por qué hablo de todo mi proceso en este contexto?
Porque todos hemos tenido en nuestra vida empresarial, momentos de ser grises. Como si quisiéramos ser invisibles y pasar inadvertidos. ¡Síndrome del impostor! dicen ustedes atinadamente. Sí, aumentado y corregido por paradigmas que aceptamos en nuestra vida y hasta hoy, como:
“Calladita te ves más bonita”
“Si no me noto, no me van a responsabilizar de las consecuencias”, bajo el supuesto de que éstas serán negativas, pero ¡bien podrían ser los resultados del negocio!
“No sobresalir para pertenecer a mi grupo social”: es algo en lo que podemos incurrir por nuestro deseo de pertenecer a un grupo social, que no tiene preocupaciones por el desempeño profesional y -queriendo encajar- adoptamos algunas de sus creencias y comportamientos, que al final, impactan nuestro propio desempeño.
“Decepción ante el letargo que parece dominar a aquellos que llevan más tiempo que nosotros, sin lograr cambios”. Aquí nos regimos por la emoción neutra del que ya se rindió, en lugar de arriesgarnos a crear o innovar para lograr nuestro triunfo o fracaso, evitando crear nuestra propia experiencia. Claro: esa experiencia tiene una emoción asociada: de gratificación o decepción, pero al fin y al cabo es la experiencia que nos enriquece y fortalece como líderes.
“¿Para qué desafío el status quo, si no me van a hacer caso?”. Puede ser muy similar al caso anterior y consiste en rendirnos antes de intentarlo con curiosidad y pasión a ver qué pasa.
Ahora, podemos innovar, cambiar, impulsar acciones diferentes y destacarnos, preguntándonos cosas como:
– ¿Cuánto tiempo voy a vivir?
– ¿Estoy escribiendo mi propia vida o la que dicta el sistema social, político o educativo al que pertenezco, sólo por pertenecer?
– ¿Qué sentido tiene en este momento limitarme?
– ¿A dónde puedo llegar viviendo limitada y a dónde ilimitada?
– ¿Quiero ser líder o seguir a otros?
– ¿Cuál puede ser mi compensación (logro, resultado, reconocimiento, promoción, satisfacción) si me salgo del libreto?
– ¿Cuánto vale la pena para mí salirme de los pre-establecidos aunque eventualmente no consiga todo lo que deseo?
– ¿Cuánto tiempo estoy dispuesto a esperar para lograr mis objetivos y de cuántas oportunidades me puedo perder por no actuar hoy?
Las preguntas son infinitas. Multiplicar nuestras opciones profesionales está directamente relacionado con el impacto que causamos. Y esto sólo se logra desafiando nuestros esquemas. Y desafiarlos puede o no conducir a salirnos de ”nuestro grupo”. Entonces, nos salimos o asumimos la responsabilidad de transformarlo.