Así como tenemos reglas de vida para acortar el tiempo y energía de tomar ciertas decisiones, nuestras relaciones profesionales y en general, cualquier relación de nuestra vida está regida por un conjunto de reglas que la mayoría de las veces están tácitas.
Sin embargo, es útil pasar de lo tácito a lo explícito escribiendo los acuerdos con nuestro equipo de trabajo a través de unas mínimas reglas que únicamente vienen a fortalecer el contexto creado por el propósito y los valores.
Aquí, algunas de las más comunes para un entorno laboral:
- Ser puntual y avisar cuando haya inconvenientes para serlo
- Escuchar con atención al otro
- Actuar con honestidad, ética e integridad
- Comunicar oportunamente cualquier inconveniente para cumplir un compromiso de trabajo
- Cerrar cualquier comunicación con un acuerdo, responsable y fecha
- Ayudar a un compañero cuando lo necesite, estimulándolo a aprender
- Aprender algo nuevo cada semana
- Mantener el orden y un volumen adecuado de voz en espacios compartidos
Cabe entonces la pregunta: ¿qué diferencia hay entre estas reglas y los valores organizacionales?
La cultura organizacional está definida en términos de su propósito (¿para qué estamos aquí?) y valores (¿cómo lo hacemos?).
El propósito y los valores crean el contexto organizacional y lo que he llamado el decálogo, que en realidad puede estar conformado por cuatro, seis o hasta diez reglas para llamarse decálogo, tiene por objeto detallar los hábitos o comportamientos que debemos tener las personas para vivir en los valores.
Este conjunto de reglas hace que todos los que hacemos parte de un equipo vivamos en mayor armonía, logrando enfocar cada interacción con los otros en las tareas productivas comunes, más que en arreglar situaciones que podrían surgir de nuestro individualismo no negociado con el equipo.
Vivir por un conjunto de reglas, nos brinda la satisfacción de compartir en espacios físicos y virtuales de naturaleza predecible y confianza en nuestras expectativas acerca del comportamiento de los demás.