Varios de ustedes saben que bailo. Asisto regularmente a la academia de baile. Hace un mes, me lesioné el brazo. Tan pronto como sentí que podía controlar el movimiento del mismo sin lesionarme peor, volví a clases. El primer tiempo de la clase fue difícil porque, no queriéndole exigir a mi brazo, parecía que el resto de mi cuerpo estuviera dormido. La profesora muy rápidamente me lo indicó: “seguro que no puedes mover el brazo, pero la cintura y las piernas sí”. Me parecía increíble lo que estaba oyendo, porque sabía que era cierto y yo estaba dando mi lucha interna para lograrlo, aunque me estaba pareciendo que el resto de mi cuerpo “se solidarizaba con el brazo”. Reitero: la profesora lo tuvo que decir.
Su observación logró que yo le pudiera poner la doble tracción al resto de mi cuerpo, tratando inclusive de sobre-compensar la falta de movimiento del brazo. Sentía como que ya estaba en el escenario y que cada ensayo era mi última oportunidad de hacerlo muy bien y de dejar el mejor recuerdo que pudiera a mis espectadores, aunque en este momento fueran imaginarios.
Y mi mente se devolvió al entorno empresarial: ¿Cuántas veces la actitud de alguien de nuestro equipo es como mi brazo temporalmente disfuncional? Y cuando esto es repetitivo, esa actitud se transforma en una creencia colectiva de que nuestro compañero no puede y nos acostumbramos a vivir con eso.
Detectar baja actitud o compromiso es responsabilidad de todos en el equipo y llamar la atención de la persona cuanto antes también (como yo en mi clase, tal vez la persona no se está dando cuenta o cree que está haciendo lo mejor posible). Porque de lo contrario y sin notarlo, avanzamos el camino sin alcanzar los resultados, ya que nos dejamos contagiar. Y sólo nos damos cuenta cuando nos estrellamos. Demasiado tarde para reaccionar.
O peor aún, un equipo que propende por la excelencia, empieza a sobrecompensar buscando el éxito colectivo, pero resintiendo a la vez su propia permisividad hasta que varios, caen en resistencia pasiva por el mismo resentimiento.
Poco a poco, se degrada no sólo el sentido de responsabilidad y logro, sino el de pertenencia. Las personas se dejan de identificar con lo que alguna vez definieron como causa común, la resistencia pasiva conduce a no lograr los resultados, se resquebrajan las relaciones del equipo y se empieza a disminuir la confianza en el líder.
Así, nuestro deber como líderes, seamos o no los gerentes del grupo, es llamar a quien no esté funcionando con sus mejores capacidades -por baja actitud con el equipo- a revisar lo que lo está deteniendo.
Desde luego, si es un asunto personal, que impacta su energía productiva y necesita de la solidaridad de todos, el equipo está llamado a compensar con conocimiento de la situación y certeza de que no será recurrente.
Pero los peores errores que podríamos cometer en circunstancias como ésta, están en la baja confrontación y tácita complacencia de la situación.